Se cumplen 170 años del natalicio de José Martí y la hojarasca de discursos burocráticos sobre el poeta y político cubano impide, una vez más, acercarse al centro de su literatura y su biografía. Por equívocos heredados, que eluden zonas incómodas para los relatos maniqueos de la historia, que vuelven a circular en la política latinoamericana, a Martí, en México, se le asocia insistentemente con Benito Juárez.
Y sí, el cubano fue un gran admirador de Juárez, de quien escribió que “con treinta locos, que luego llamaron inmaculados, se había fugado por los montes, con un imperio a la espalda y una república rapaz al frente”. Como es sabido, cuando aún vivía en la Ciudad de México, en 1876, Martí defendió al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, frente a la revolución de Tuxtepec, encabezada por Porfirio Díaz, que derrocó al sucesor de Juárez.
Pero durante los quince años que vivió en Nueva York, entre 1880 y 1895, Martí cambió radicalmente su percepción de Porfirio Díaz y de su régimen, al que dedicó incontables elogios. Uno de los grandes amigos de Martí en México, Manuel Mercado, abogado michoacano, amigo primero del padre del poeta cubano, Mariano Martí, sería juarista, lerdista y porfirista.
En 1882, instalado ya Martí en Nueva York, Mercado fue nombrado Subsecretario de Gobernación, siendo presidente Manuel González, y permanecería en el cargo durante la larga gestión de Manuel Romero Rubio, suegro de Díaz. Historiadores y biógrafos han documentado la función de Mercado como Cicerone de Martí en la clase política porfirista.
Las crónicas y el epistolario del poeta cubano están llenas de pruebas de su contacto, en Nueva York, con varias de las figuras centrales del porfirismo, empezando por Matías Romero, el ministro plenipotenciario de Díaz en Washington, brillante diplomático y estadista oaxaqueño, que para Martí personificaba la defensa de los intereses de México y América Latina en Estados Unidos.
Desde 1883 aparece Romero en las crónicas martianas, a propósito del Tratado Comercial entre Estados Unidos y México, negociado por Ulysses S. Grant y el ministro mexicano. De éste decía Martí que “como un histólogo conoce la muchedumbre de hechos menudos que contribuyen a la hacienda de su patria”. Y agregaba: “escribe sin tasa: rumia pensamientos: huronea archivos: se sienta a platicar con labradores: quiebra toda yerba y rompe toda piedra”.
Luego, en otra crónica de 1885, asegura Martí que Romero “ha hecho del objeto de su vida acercar esta tierra (Estados Unidos) a la suya (México)”. Durante la primera Conferencia Panamericana de 1889 y 1890, Martí volvió a llenar de elogios a Romero, pero no sólo a él sino a los otros dos delegados de México, “el caballero indio Juan Navarro, compañero de Prieto, de Ramírez, de Payno, de los Lerdo, de todos los fundadores”, y José Yves Limantour.
De Limantour, principal líder del grupo de los “científicos”, que sería secretario de Hacienda de Díaz entre 1893 y 1911, escribió Martí: “hijo de rico, que no desmigajó a los pies de las bailarinas la fortuna que allegó su padre con el trabajo, ni la empleó en deshonrarse, sino en mostrarse capaz y digno de ella”. La historia oficial cubana destaca las críticas de Martí a la conducción de aquella conferencia por el Secretario de Estado, James G. Blaine, pero oculta la defensa que el cubano hizo de la participación de todos los delegados latinoamericanos, destacadamente, de los mexicanos.
Otro “científico” porfirista muy cercano a Martí, sobre todo, en sus últimos años en Nueva York, cuando el poeta cubano estaba concentrado en la preparación de la guerra de independencia de la isla, fue el abogado y banquero Pablo Macedo y González de Saravia. En las últimas cartas de Martí a Manuel Mercado, Macedo, quien viajaba constantemente entre Nueva York y la Ciudad de México, aparece como contacto entre los independentistas cubanos y las élites porfiristas.