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“Patear el bote” como método de selección

“Patear el bote” como método de selección de candidatos, ha sido un eje central en la crisis partidista de los últimos años. Ésta es también parte de la crisis democrática que se vive y que se refleja en todo el orbe.

México no es la excepción, la apertura en tecnologías de información ha generado una sociedad menos conforme, aunado a una paulatina disminución de capacidad de veto o restricción en las élites sociopolíticas, hoy les es más difícil “patear el bote”, decidir sin decidir, simular no decidir.

En la actualidad, los costos de las decisiones políticas provocan más vaivenes y pueden generar resultados más súbitos, una buena muestra se vivió en 2016-2017, en el ascenso y caída de Ricardo Anaya. Hace no muchos años, el PAN salía en hombros de la campaña 2016 a gobernadores, llevando carro completo. Anaya se levantaba como la gran revelación política, que lo mismo desafiaba a vacas sagradas de la política como Beltrones, que, al Presidente de la República; el círculo rojo de “analistas” estaba embelesado con “el joven maravilla”, ríos de tinta circularon hablando de las cualidades únicas, que si estudiaba mucho, que si boxeaba, que si vivía solo, que si andaba en moto. La burbuja se infló, sin embargo, Anaya nunca tuvo un lugar competitivo en las encuestas de posicionamiento.

En aquel momento, la candidata que se daba “un entre” en las encuestas con el creciente López Obrador, era Margarita Zavala, quien contaba con una estructura nacional y, aun así, recibió toda una sarta de desdenes y groserías desde su dirigencia; sus simpatizantes y liderazgos enviaron cartas, se manifestaron, pero lo único que recibieron fue el muy mexicano “pateo de bote” para no darles respuestas ni definiciones. La demanda central fue: “defíneme el método”.

Definir método, implica para los actores interesados, plantear la estrategia más conveniente a la construcción de su proyecto o incluso, decidir si participar o no para buscar un puesto. El grupo anayista se inventó certificaciones del padrón que nunca sucedieron, comisiones de “asuntos sin importancia” o, incluso regalarles unos minutitos de los espots de Anaya a los demás aspirantes. Así pudieron navegar poco más de un año, “pateando el bote”, hasta que llegaron los últimos meses de 2017 y las acusaciones del “agandalle” del dirigente inundaron las redes sociales. Al final, la foto de Anaya como candidato solitario en la boleta panista, será un recuerdo indeleble en los anales de la historia blanquiazul y el declive electoral de su partido, el cerrojazo de aquella tristísima aventura.

¿Cómo fue que un político tan hábil como Anaya se embarcó en una aventura suicida de ese tamaño? ¿Quiénes le dijeron que era una buena estrategia o se le ocurrió solito? ¿Qué vio en esa coyuntura que decidió matar o morir, como si no hubiera mañana? Ése es el testimonio que nunca hemos conocido de su parte y que valdría la pena como su versión histórica. Pero más allá de eso, esta situación nos retrata cómo el entorno de un líder político puede reducirse tanto, que comienza a perder el famoso “filin” o tacto, y cómo la indefinición del método, es en sí misma una definición de control político por sobre un bien general o común.

Cuando se firmó la alianza Va por México, el PRI tenía 12 gobernadores, el PAN 9 y el PRD 2; la fuerza política conglomerada de 23 gubernaturas daba el beneficio de la duda, pero en diciembre de 2023, el PAN tendrá 5 gubernaturas, el PRI probablemente 1 o 2 y el PRD 0, ahí están los números, quien no los vea se engaña a sí mismo. Los otrora grandes partidos, se volvieron de medianos a chiquitos; en varios estados del país, operativamente ya no existen, en otros ya no tienen representante en el congreso, y en los casos más graves sus oficinas ya no abren sus cortinas.

De los diputados que ganaron por mayoría en 2021, prácticamente todos pertenecen a las dirigencias y todos fueron colocados en distritos rentables, solamente cuatro no pertenecían a la cúpula de los partidos, de los cuales dos fueron candidatos presidenciales, y una candidata a gobernadora; sólo una candidata era de la “sociedad civil”, Rocio Banquells, quien terminó por irse de la coalición el año pasado, señalando “violencia de género” en el grupo parlamentario perredista. Ése es el “entendimiento” preexistente de las dirigencias tradicionales para con la sociedad.

La realidad es que, en todos estos años, los partidos tradicionales han decidido “patear el bote”, y han llegado otra vez al momento de indefinición para mantener control político. Cuando anuncian que ya se repartieron el pastel, en el fondo también están diciendo que cuando lleguen a la definición presidencial, ya van a tener repartido todo lo “rentable” entre los suyos (diputaciones, senadurías, alcaldías, gubernaturas, etc.). Esto representa un control cada vez más pequeño y limitado, frente a una sociedad menos conforme a la que no podrán vetar tan fácil en 2024, y aunque parece que otra vez definieron “patear el bote” como método de selección de candidatos, esta vez no llegarán tan lejos.

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